Trump y Xi se preparan para verse las caras. Entre amenazas y rarezas, ambos juran lo mismo: no arrodillarse.
El próximo 30 de octubre, Donald Trump y Xi Jinping se verán aparentemente las caras en Corea del Sur, en el marco de la cumbre de la APEC. Será la primera vez que ambos líderes se reúnan desde el regreso de Trump a la Casa Blanca, y lo harán en un contexto que no podría ser más tenso: una guerra comercial reavivada, la lista negra de empresas chinas ampliada a más de 20.000 nombres, y la nueva ofensiva de Pekín en torno a las llamadas “tierras raras”, esenciales para la producción global de tecnología avanzada.
China ha decidido restringir la exportación de estos minerales estratégicos, un movimiento que Washington interpreta como una amenaza directa. Trump ha respondido advirtiendo que, si no hay marcha atrás, impondrá un arancel adicional del 100% sobre los productos chinos. Retórica y gestos son de confrontación.
El mensaje de Pekín
El Ministerio de Asuntos Exteriores chino publicó hace unos meses un video titulado «Nunca arrodillarse» (bùguì 不跪), una pieza propagandística que denuncia el «bullying» estadounidense y presenta a China como el país que liderará al resto del mundo frente al imperialismo norteamericano.
En ese video, Pekín se muestra erguido, desafiante, mientras acusa a Washington de actuar como un «tigre de papel», imagen rescatada de la propaganda de la guerra de Corea. El mensaje es claro: China no se someterá. Sin embargo, detrás de ese tono de orgullo hay una estrategia más calculada: medir hasta dónde está dispuesto Trump a tensar la cuerda antes de que esta se rompa. La apuesta china parece ser que, ante la presión económica y política, será Estados Unidos quien ceda primero. Pero ¿y si se equivocan?
La nueva guerra de las listas
El enfrentamiento se ha vuelto estructural. La Entity List, un instrumento de control de exportaciones nacido para frenar la proliferación de armas, se ha transformado en un arma económica. Durante su primera presidencia, Trump la utilizó para golpear a gigantes chinos como Huawei y SMIC; ahora su administración la ha extendido a miles de empresas más, incluyendo filiales extranjeras. Con una simple designación, cualquier compañía puede quedar vetada de la tecnología estadounidense. Es una forma de sanción que no necesita bombas para ser devastadora.
China, por su parte, responde con lo que tiene: las materias primas críticas y el control de parte de la cadena de suministro global. Está asegurada la mutua destrucción comercial. Si el silicio y los chips son el oxígeno de la economía moderna, las tierras raras son su sangre.
Orgullo y supervivencia
Pero el pulso entre Xi y Trump va más allá del comercio o la tecnología. Es un duelo de símbolos: de orgullo nacional, de hegemonía, de relato. «Nunca arrodillarse» no solo es un lema político; es una declaración de identidad. Y en ese espejo de dignidad y desafío, ambos líderes buscan verse más fuertes ante sus respectivas audiencias.
Sin embargo, en la historia de las potencias, los gestos de orgullo suelen tener un precio alto. Ni Estados Unidos puede sostener indefinidamente una guerra arancelaria global, ni China puede permitirse una ruptura de los mercados que alimentan su crecimiento. A medida que ambos países endurecen su discurso, el riesgo de malentendidos o reacciones desproporcionadas aumenta.

¿Hay una tercera vía?
La reunión del 30 de octubre será, en realidad, una prueba de contención. Veremos si Trump y Xi logran encontrar un punto medio entre la firmeza y la temeridad. Ninguno quiere arrodillarse, pero tampoco puede permitirse caer.
En estos tiempos de superpotencias enrocadas, quizás el verdadero gesto de fuerza no sea golpear más fuerte, sino saber cuándo aflojar la mano.
Originalmente publicado en el periódico ecuatoriano El Comercio.